2017,

Asistencia al viajero desde Randevuses

5:22:00 .María. 0 Comments

Hace varios meses que estamos viajando y no sé si les pasará a todos, pero a nosotros nos dan ganas de contagiar.
Contagiar no significa pretender que hagan lo mismo que nosotros, sino que se den la oportunidad de sentirse de viaje en otro lado, aunque sea cercano y parezca conocido. Que salgan a descubrir y a descubrirse, porque el viaje la mayoría de las veces pasa mucho más por adentro que por afuera...

Estar de viaje es estar vivo.

Y como siempre que uno está vivo le pasan cosas no tan buenas.


Este preámbulo poético es para contarles que hace unos meses empezamos a vender asistencias al viajero junto con la empresa Assist 365.

Hay una frase que dice, el mejor seguro es que el que no se utiliza y estamos muy de acuerdo. Pero hay que tener en cuenta que cosas como pérdidas de valijas, enfermedades o que se rompa alguna parte de tu cuerpo son cosas que pueden suceder.

Y cuando pase está bueno tener un seguro para que no te cobren un dineral que no tenés, o lo tenés pero no lo querés gastar en eso.


Yo ( Mari) antes tenía un seguro raro y poco confiable, cuando tuve un episodio con unos bichos llamados bedbugs la pasé mal y ahora me cambié de cobertura.

La vida da tantas vueltas que hace unos meses nos contactaron por Randevuses y nos ofrecieron vender esta asistencia al viajero. La empresa se llama Assist 365 y es muy seria, sino no lo diría.

Además si te pasa algo te podés comunicar con ellos por WhatsApp, cosa que es muy buena porque uno no anda con línea de teléfono o 3G en todos lados. También tiene muchas opciones de pago y con cuotas.

Así que si están planeando un viaje, corto, largo, cerca o lejos y quieren contratar una asistencia aquí estamos para ofrecer gratis una cotización y si conocemos el lugar también les podemos dar algún consejo de dónde comer rico y barato; cuál es el mejor parque para tomar unos mates o si conviene viajar con paraguas.

Su consulta no molesta, su compartido ayuda y su comentario buena onda alienta.
Muchas Gracias.

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2017,

El paisaje nos devora

3:51:00 .María. 0 Comments


Crónica de tres días en el desierto del Sahara

El desierto del Sahara tiene más de 9 millones de kilómetros cuadrados de superficie, casi como toda China. Abarca 11 países del norte de África, y es por lo tanto el desierto más grande del mundo. En árabe Sahara significa desierto. 

  Para llegar al Sahara marroquí lo mejor es acercarse hasta los poblados de Risanni o Merzouga, la “puerta” del desierto, casi en la frontera con Argelia. Una vez allí hay que pelear el precio de un guía para la travesía. Es importante que dejen en claro con cuántas personas realizarán el tour, cómo serán los días y qué les incluye. Generalmente esta negociación se hace en unos hoteles llamados “Kasbah” que quedan frente a las imponentes dunas.

Nosotros tuvimos algunos problemas porque nos dijeron que estaba todo dentro del precio y a último momento nos enteramos que el agua no estaba incluida y la tuvimos que comprar porque obviamente una vez en el desierto ya no hay.


El desierto del desierto
A pesar del enojo por el agua y algunos contratiempos tuvimos mucha suerte: nuestro guía era tranquilo, bueno y macanudo. Nacido y criado entre la arena, Mohamed tiene 21 años y hace 4 que se dedica a llevar grupos a conocer el desierto. Habla un inglés modesto pero entendible y cocina como los dioses.
En el grupo estamos Augusto, Mohamed, yo y dos camellos de unos 12 o 13 años. Salimos del Kasbah y de a poco empezamos a avanzar hacia la masa naranja de viento. Nunca imaginé el viento cuando pensaba en el desierto. El panorama no es alentador, nos quedan dos horas más arriba de los camellos. Con ansiedad vamos lentamente a internarnos en la nada.



Cumbia berebere
Mohamed nos muestra el campamento y nos cocina un tajín de pollo riquísimo.  El tajín es un tipo de vasija de barro, donde se ponen como un volcán las verduras y carnes. Se hace a fuego lento y queda espectacular. En el campamento estamos solos los tres. La tormenta se hace más fuerte con la noche.
Después de comer Mohamed nos propone ir a un campamento cercano en el que unos amigos suyos están “haciendo música”. Salimos de las carpas con un frío que surca la cara. Bajamos una duna y luego tenemos que subir otra. Yo me caigo, me resbalo por el viento y me río con un poco de ganas de llorar.
Los amigos de Mohamed son guías de otros campamentos que se juntan a tocar los tambores y cantar canciones bereber. Como la mayoría fueron criados bajo el islam no tienen permitido tomar alcohol. Uno de los chicos prepara un té y dice: este es el whisky bereber y sonríe con los ojos.
No entendemos ninguna de las canciones que cantan pero aplaudimos y bailamos un poco. Nos piden una canción a nosotros y con Augusto cantamos “Vienes y te vas” y después empezamos a improvisar algo con las palabras Ricky Ricky Pom Pom. Esa última les encanta y los 6 guías que están ahí nos imitan y sale una hermosa cumbia bereber. 

Tormenta
Volvemos a nuestro campamento. La tormenta ya es seria. La arena vuela y aturde. Los ojos llenos, las orejas, la nariz. La boca escupe arena y la cabeza también.
Estamos acostados, vestidos y abrazados. Hace frío pero no tiemblo de frío, tiemblo de miedo. La carpa se mueve y se sacude insistente. Parece que la tormenta la quiere tirar. Tengo mucho mucho miedo de que la arena tape todo. Vi videos en YouTube, le digo a Augusto. No pasa nada, dice. Creo que en cualquier momento es el fin. La arena nos tapa y no podemos respirar. Fin.
Tiemblo. Me como las uñas. Viento.
No para un segundo de moverse la carpa. Sopla arena, tira arena. Creo que me voy a morir. Pienso que si me muero viajando y al lado de la persona que amo no está tan mal. Que no quiero, pero no está tan mal. Me entre-duermo. El viento me despierta y el ciclo empieza de nuevo. Tiemblo. Me como las uñas. Viento. Así y así hasta que la noche no dura más.

Los camellos que no son camellos
En Marruecos no hay un solo camello. La gente, nosotros, y todos dicen la palabra camello para referirse al dromedario. El camello tiene dos jorobas, el dromedario una sola.
-          El camello es pasión. Dice Mohamed y no entiendo.
Le pregunto de nuevo y lo reafirma: pasión. No veo la relación entre la pasión y ese animal desgarbado, poco elegante, cansino y con cara de despistado.
-          Solo duermen 20 minutos al día y lo pueden hacer mientras van caminando. Nos dice y yo pienso en mi hermano que dormía caminando cuando iba al jardín.
En invierno toman agua cada tres semanas y como tienen 3 cámaras en el estómago no necesitan comer todo el tiempo sino que comen una vez y luego lo regurgitan y lo van “dosificando” en cómodas cuotas.
-          ¿Cuánto sale un camello?- le pregunto a Mohamed
-          Mil euros más o menos.
Poseer uno de estos animales en Marruecos, significa estatus. Moha me dejó nombrar a mi dromedario porque carecía de apodo: “viejo bueno” le pusimos. Horas más tarde se complicó la cabalgata y el adjetivo de “bueno” quedó obsoleto.

El silencio
No, no es que no se escucha nada. Se escucha el silencio. Tan fuerte y claro que hace presión en el oído y en la oreja. Se siente como un casco invisible de silencio sobre la cabeza que obliga a pensar.
Enorme y lleno de silencio. El desierto.





“Pequeño musulmán”

Marruecos era, en un principio, tierra de los bereberes, una tribu con religión e idioma propio que en el siglo VII fue conquistada por el islam y comenzó a formar parte de los países árabes. Hoy en día conviven en el país los musulmanes con los bereberes, aunque el idioma oficial pasó a ser el árabe y la religión mayoritaria la musulmana. En verdad el término “bereber” fue importado de Europa para nombrar a las distintas tribus que conforman a los “Imazighen”, que significa “hombres libres”. En el norte de África, sobre todo en Argelia y Marruecos, todavía hay muchísimas personas que se autodenominan Imazighen.

Mohamed nació en Risanni, es de familia bereber, pero por cuestiones de educación y familia es un poco musulmán. Mohamed dice en inglés que él es “Little muslime”, que sería pequeño musulmán, pero nosotros entendemos que quiere decirnos “un poquito”. Me sorprende su inteligencia con el inglés, no tiene mucho vocabulario pero sabe cómo aprovechar las palaras que conoce. No sabe que “sad” es triste, pero usa “no happy”; no sabe que “cold” es frío pero usa “no hot”. Es un genio.
Nos cuenta que en la escuela le iba bastante bien. Nos habla de sus hermanas y su mamá que también son “poquito” musulmanas pero usan burka ( tela para tapar la cabeza y el cuello). Él las ve una vez por mes. Le preguntamos por el Ramadán en el desierto. Y si, la respuesta es obvia: muy duro. El ramadán es un período de ayuno de un mes, en el que los musulmanes no comen nada ni toman agua mientras haya sol. Generalmente coincide con el verano. En el desierto del Sahara puede hacer hasta 54 grados centígrados y el sol está ahí inamovible hasta las 9 o 10 de la noche. Y ellos trabajan sin tomar una gota de agua.

Mohamed dice que te cansa y te pone de mal humor. Que es difícil. A veces se levanta a las 3 am, antes del amanecer, para tomar agua y poder resistir el día. En las grandes ciudades la gente con dinero aprovecha el ramadán para dormir de día y vivir de noche. En el desierto es la temporada de mayor turismo, no se pueden dar ese lujo.
Mohamed prepara un té con mucha hierbabuena, que no es menta, y una cantidad industrial de azúcar, no es un mate pero está riquísimo. Un guía de un campamento cercano aparece en el momento del té y nos dice que está solo en su carpa con una chica chilena. Nos ponemos contentos. En este viaje largo cruzamos cuatro chilenas muy piolas viajando solas, pensamos que esta chica sería la quinta.
No fue el caso. No solo no se paró a saludarnos sino que le hizo un chiste poco feliz a Augusto por su nombre y nos trató mal.  Volvimos a nuestro campamento decepcionados. Le conté a Mohamed la situación, y le dije medio con señas que la chilena no nos había caído bien. Él se limitó a sonreír y miró hacia abajo. No me respondió.


Más tarde me explicó que el Corán dice que uno no puede hablar mal de otro si este no está. Que no es bueno, que hace daño. Y yo me sentí una bruja.

Los colores
Nunca pensé que la arena cambiaría tanto de color según las horas, según el viento. Al principio era naranja casi roja. Luego rosa. Después amarilla y las dunas se cortaban como cuando una cuchara entra en un flan y saca un buen pedazo.

El desierto no es todo de arena.
“Viejo Bueno” se desató y el camello que estaba conmigo se escapó, volviendo mi peor pesadilla de “perdida en el desierto” un poco más real y cercana. Mohamed lo pudo calmar y decidimos bajar de los animales y caminar. Un hombre nos dijo que los bereberes los montan distinto, como si fuera en cuclillas. Montar a un camello como un caballo, como los turistas, está mal. Duele, paspa y molesta durante y después.

Caminamos junto a Mohamed paso a paso. A veces hablando mucho de corrido y a veces en silencio sin explicar nada. Como con los amigos.
Nos sacamos las zapatillas. Es invierno y la arena no quema. Está tibia, suave, como un mate lavado. Cansa. A veces pisamos sobre superficies duras como si fuera un cemento pero el siguiente paso es hundirse de nuevo y la sensación de estabilidad se pierde en el silencio de la arena.
Vamos al desierto negro nos dice Mohamed y suena tenebroso. En verdad solo un 30% del Sahara son dunas, el resto es suelo árido y seco, y muy de vez en cuando un oasis que nada se parece a la imagen de las películas.
En el desierto negro están los nómades, allí nuestra segunda noche de campamento.


Nómades 
El “paquete” incluye una cena con una familia nómade. Hay una carpa para nosotros al lado de su casa. Ahí viven una mujer, un hombre y dos nenes chiquitos. Tienen cabras, unas 20.
Los vamos a saludar, a presentarnos. Les sonrío a la mujer y a los nenes. No me devuelven el gesto. Lo repito. Nada.
Soy –para ellos- una gringa, una turista más que juega a ver cómo viven los nómades y que se queja de tener arena hasta en el culo. Soy eso. Para mí también.
Mohamed me dice que no me saludan porque son muy tímidos, y porque no hablan nada más que dialecto bereber. No hay problema le digo, los entiendo.

Salir la luna
Mohamed nos dice que estemos atentos, que en cualquier momento “sale la luna”. Detrás de las montañas, unos minutos después aparece enorme y rugosa una luna llena plateada. La luna de este lado del mundo es distinta a la que vemos en Argentina le digo a Mohamed. Y como no me entiende le dibujo un ecuador simbólico en el aire y con la mano hago un círculo que es la luna. Como en un juego, voy a un lado y al otro y volteo la cabeza. Me entiende. Se ríe. La luna sale más. Es tan fuerte la luz que impide ver las estrellas. Ella es la dueña del desierto.

Hienas
Es de noche, solo hay una vela prendida y los tres estamos charlando en la jaima. La familia no volvió a acercarse a nosotros.
-          ¿A cuántas horas está Argelia? – pregunta Augusto
-          A unas cinco caminando, pero no se puede ir, es peligroso. Explica Mohamed y dice que del otro lado de la montaña que vemos, allá en el desierto negro de Argelia hay hienas.
Como su inglés (y el mío) no conoce la palabra “hiena” me lo explica con movimientos y poniendo cara de malo y riendo, claro, como una hiena.
Yo le digo que le tengo mucho miedo a las hienas desde que vi el Rey León, y le pregunto si a él también le pasaba, pero no me responde. Los siguientes 20 minutos intenté explicarle qué era El Rey León. No sabía. No creció bajo los tentáculos de Disney.

Ñoquis
Le mostramos fotos de nuestros viajes, le contamos de Italia, de España y él nos dice que le gustaría conocer ese “país viejo de historia”, después de la ayuda del traductor de Google descubrimos que era Grecia.
Le hablamos de Argentina, allá no hay dromedarios, decimos y tampoco tenemos cuscús, sus ojos se hacen más grandes, no lo puede creer. La charla deriva, zigzaguea, en países, comidas y viajes. Mohamed está particularmente interesado en que le expliquemos qué son los ñoquis con boloñesa. Intentamos con las manos y con el recuerdo latente en la boca de unos buenos ñoquis: expresarle lo fantástico de esas bolitas ingresando con tomate, carne y queso -sin discreción- en la boca. Él entiende que son papitas chiquititas hervidas. Nosotros reímos y asentimos.

De la nada al todo
Al principio parecía que todo era igual, arena y más allá arena. No hay ruidos, no hay pantallas, no hay personas. 
Pero… ¿No hay nada?
El tercer día, cuando nos íbamos, empezamos a diferenciar las huellas, de zorros, de ratones, de dromedarios y también se veían con nitidez la de los escarabajos azules.
Empezamos a entender como el tiempo en el desierto es otro y nuestras cabezas aceleradas tienen que bajar varios cambios para comprenderlo. Los estímulos están ahí, solo que son otros.
Es injusto decir que en el desierto no hay nada.
La naturaleza nos come, nos sobrepasa. El paisaje del Sahara nos devora y nos escupe más sabios, más detallistas y quizás un poquito más humanos.











· El Paisaje Nos Devora es el nombre del Taller de Literatura del Grupo La Grieta en La Plata, Argentina.

 

Randevuses en árabe escrito por Mohamed.










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deseos,

Un deseo: el mundo

11:12:00 .María. 1 Comments

Tengo 28 años y sigo pidiendo deseos. 
Es que la posibilidad  de pedir un deseo me parece algo maravilloso, entonces nunca la pierdo. 
Pedir un deseo no es solo pensar con ímpetu en algo que querés con mucha fuerza. Es también colocarte en un lugar del planeta, pensarte desde ahí y proyectar donde o qué cosas querés que te pasen en el futuro y eso es único.

Quizás sea cursi o pochoclero, pero creo que no voy a dejar de pedir deseos ni aunque tenga 96 años.

Cuando veo pasar un tren, cuando soplo las velas de mi cumpleaños, cuando una vaquita de San Antonio vuela de mi mano o cuando logro despoblar todos las minipalmeras del panadero. Pido.

Monedas en fuentes no tiro seguido pero cada vez que miro el cielo, pienso el deseo antes de ver una estrella fugaz, así no me agarra desprevenida.


Con el juego de las pestañas caídas soy bastante buena. Antes hacía trampa y me chupaba el dedo para que el pelito del ojo quede siempre en mi terreno. Hace no mucho me enseñaron un verso que dice: que se cumpla que se cumpla de todo corazón para mi para vos para ninguno de los dos. Ahora ya no hago trampa.

Los deseos no se revelan, dicen, hasta que se cumplen.

Ayer estábamos charlando con Augusto de nuestros sueños de chiquitos. 
Yo le confesé que siempre que pedía deseos alguno iba dedicado a "viajar por el mundo" y él dijo que en su versión era "conocer el mundo".

En tres días nos vamos un mes a Marruecos y este viaje que arrancó por Europa ya empieza a tener color a mundo. 
A salirse de los bordes. 
A no saber qué vendrá después. 



Foto en Kruje, pequeño pueblo albanés.


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